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17/3/10

Feijóo cree que la retórica, aunque no puede crear la realidad, ayuda a ocultarla: Gobierno sin rumbo...

En el debate celebrado anteayer en el Parlamento, el presidente de la Xunta estaba obligado a realizar un balance riguroso de la gestión realizada durante los meses de su mandato y a explicitar los ejes políticos que dan coherencia a una acción de Gobierno. No hizo ni una cosa ni la otra. Dejando al margen el increíble intento de rehacer su biografía política, autoproclamándose hagiógrafo de la Autonomía y el galleguismo del siglo XXI, Feijóo protagonizó una de las intervenciones más planas y carentes de alma que le recuerdo. Una intervención que le sitúa como el paradigma del político en permanente contradicción entre lo que dice y lo que hace, y en cuyos discursos existe una absoluta falta de coherencia entre medios y fines.


Pero, al parecer, Feijóo todavía cree que la retórica, aunque no puede crear la realidad, ayuda a ocultarla. Así, al exponer la acción de su Gobierno contra la crisis mencionó un supuesto plan de choque que en realidad no resultó ser otra cosa que poner bajo esa pomposa denominación partidas presupuestadas por el bipartito, sin que nadie conozca, ni el presidente haya aclarado, cuál es su desarrollo y cuáles su concreción y resultados. Por lo que respecta al anunciado Plan Estratégico tampoco relató en qué consiste y cuáles son los instrumentos a su servicio. Ni siquiera pudo concretar el plazo de su presentación. Si nos atenemos a lo que hemos escuchado en la Cámara, resulta evidente que Feijóo ha sido incapaz de diseñar un proyecto económico coherente y ha renunciado a utilizar las competencias e instrumentos de que dispone para luchar contra la crisis.

Tampoco hizo referencia alguna al creciente proceso de externalización y privatización de recursos sanitarios, y no explicó por qué durante su mandato se han incrementado sensiblemente tanto el número de pacientes en listas de espera como el tiempo medio de demora. También se le ha olvidado mencionar el creciente carácter dual de nuestro sistema educativo no universitario y la existencia subsiguiente de patrones desiguales de fracaso escolar entre los diferentes grupos sociales. Por supuesto, ni una palabra sobre la prometida regeneración democrática. No ha existido una sola mención al funcionamiento del Parlamento, a la necesidad de desgubernamentalizar los medios de comunicación públicos ni a la política seguida con los medios privados, destinada a poner a la Xunta fuera de todo control de la sociedad.

Habló Feijóo, eso sí, de la necesidad de una Galicia global superadora de estériles enfrentamientos localistas, pero se le olvidó recordar que ha sido él, y sólo él, quién ha dinamitado los consensos políticos y sociales (Estatuto, lengua...) sobre los que se ha asentado el desarrollo de la Autonomía y en cuyo contexto se han producido las sucesivas alternancias de poder. El resultado de esta insensatez ha sido la división de los ciudadanos y la existencia de una fractura social de imprevisibles consecuencias. Así entiende Feijóo la Galicia global. Finalmente, el presidente ofreció dos pactos que calificó de estratégicos. Uno sobre la ordenación del territorio y otro para la revitalización demográfica de Galicia. Salvo que el PSdeG renuncie a sus posiciones históricas, y si nos atenemos a las posturas defendidas por la Xunta en el primer caso y a los antecedentes históricos en el segundo, no parece que el ofrecimiento en Feijóo represente algo más que un brindis al sol.

Por su parte, los líderes de la oposición cumplieron con su responsabilidad de representar una alternativa política solvente. Tanto Carlos Aymerich, de forma brillante, como Pachi Vázquez, a pesar del lastre que supone para el discurso socialista su posición sobre las cajas y sus ambigüedades sobre la ordenación del territorio, desmontaron con datos incontestables las fantasías con las que Feijóo había descrito la situación política. Pero no se limitaron a hurgar en la herida, sino que han dibujado las líneas maestras que configuran un proyecto político y programático, posible y realizable, pero radicalmente diferente al conservador. Y da la impresión, a juzgar por las caras de los miembros del Gobierno, que la oposición alcanzó de lleno la santabárbara del adversario. Si algo mostró el debate con meridiana claridad es a un Gobierno de segunda división, paralizado y carente de rumbo definido, y a una oposición que, aun saliendo airosa del trance, está aún en fase de construcción como alternativa.

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