El superjuez Luciano Varela --instructor de la causa abierta a Baltasar Garzón por haber pretendido investigar los crímenes del franquismo-- ha accedido a que Falange Española de las JONS ejerza la acción popular nada menos que ‘en defensa del derecho al honor’ de la organización y de sus miembros, previo pago de una fianza de 6.000 euros. El auto de quien gusta identificarse como ciudadano Varela, magistrado del Tribunal Supremo cuando pretende que se le abra alguna puerta, no deja claro si Garzón tendrá que defenderse del supuesto delito de calumnias, como pretende Falange, además de las acusaciones de prevaricación por las que el propio superjuez Varela lo ha encausado.
¿Honor y calumnias? La actuación de la Falange --antes, durante y después de la guerra civil-- está detallada en los libros de Historia. Y sus responsabilidades dejan muy poco espacio para la polémica. El nuevo asunto cursado por el Tribunal Supremo es, simplemente, un episodio más de la operación Garzón, del acoso contra el más popular, activo y eficaz de los magistrados de la Audiencia Nacional. Algo que --como escribía la profesora Manjón-Cabeza en ‘El País-- ‘huele a locura, soberbia y venganza.’
¿Honor y calumnias? La actuación de la Falange --antes, durante y después de la guerra civil-- está detallada en los libros de Historia. Y sus responsabilidades dejan muy poco espacio para la polémica. El nuevo asunto cursado por el Tribunal Supremo es, simplemente, un episodio más de la operación Garzón, del acoso contra el más popular, activo y eficaz de los magistrados de la Audiencia Nacional. Algo que --como escribía la profesora Manjón-Cabeza en ‘El País-- ‘huele a locura, soberbia y venganza.’
Garzón intentó emprender una tarea olvidada por la Justicia: esclarecer unos crímenes masivos, restablecer la verdad de los hechos y devolver los restos desaparecidos de miles de asesinados a sus familiares. Un tema tabú. El fantasma togado del viejo dictador se pasea por los pasillos del Tribunal Supremo --así lo retrató en una viñeta el siempre lúcido Forges-- mientras el trámite de las querellas contra Garzón extiende el hediondo tufo característico del sanguinario fascismo a la española que fue el franquismo.
A la vista de la biografía del superjuez Luciano Varela, no cabe sospechar que simpatice con la amarga memoria de Falange y sus anacrónicas Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, ni tampoco con los ultraderechistas de Manos Limpias. Los antecedentes ideológicos del ciudadano Varela, magistrado del Tribunal Supremo, arrancan en el Opus Dei. Dicen quienes lo conocen bien que su particular caída del caballo le llevó a ciertas posiciones de izquierda radical, que luego atemperó oportunamente. Su fiel amistad con la vicepresidenta de la Vega le ha acarreado etiquetas de prosocialista y rumores de algunas complicidades personales. Forma parte de Jueces para la Democracia, la más progresista de las asociaciones profesionales de la Magistratura, que por cierto apoya a Garzón. Pero nadie se lo imaginó nunca con la camisa azul y el cangrejo rojo, en una de las prietas filas de la Falange.
Para evaluar la figura del magistrado Luciano Varela resulta mucho más definitorio y preciso examinar sus criterios profesionales. Y hace menos de un mes la opinión pública se escandalizaba ante una sentencia del Supremo --cuyo ponente fue el ciudadano Varela-- rebajando de 21 a 16 años la pena impuesta por la Audiencia de Madrid a un hombre que intentó matar y dejó tetrapléjica a su ex esposa. El asesino violó la orden de alejamiento, entró en la casa de la mujer a las cuatro de la mañana, la atacó cuchillo en mano, y le retorció y pisó el cuello hasta creerla muerta. Pero el superjuez Varela no apreció en los hechos el agravante de alevosía.
Prestigiosos catedráticos de Derecho Penal, como Joan Queralt y Manuel Cancio Meliá, han criticado duramente aquella sentencia. Pero en Derecho casi todo es opinable, matizaba el profesor Cancio. Y nadie ha acusado al ponente de prevaricar por discrepar con sus criterios jurídicos, como el ya casi famoso ciudadano Varela está haciendo con Baltasar Garzón.
Vicente Romero
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