La semana pasada, el inefable Adolfo Domínguez, arropado por el también indescriptible Antonio Fontenla y el presidente de la Xunta, pronunció una conferencia, o lo que así se denomina, en el Fórum Europa en Santiago. Aunque en su sermón neoliberal Domínguez se limitó a reproducir las tesis que desde hace años emiten los círculos económicos dominantes, es preciso reconocer que, demostrando una vez más que la ignorancia es muy atrevida, lo hizo sin complejos y elevó sus propuestas a categoría de dogma que, como todo dogma, requiere una gran dosis de fe inmune a la realidad y a la evidencia científica. Pero ya se sabe, como recordaba el inolvidable Galbraith, los disparates de los ricos pasan en este mundo por sabios proverbios.
Empezó el charlatán orensano, como es preceptivo en estos tiempos, reclamando el despido libre -supongo que también gratuito- sin trabas jurídicas o administrativas, ya que de otra forma, afirmó, los empresarios emigran. Con su propuesta, Domínguez quiso dejar bien claro que cuando un trabajador cruza el umbral de la empresa queda sometido al despotismo sin brida del empresario o de sus agentes. No sé si es consciente de que sus revolucionarias teorías sólo conducen a formas de dominio neopatriarcal sobre los trabajadores, más cercanas a la vieja loi de famille del Antiguo Régimen que a un moderno sistema de relaciones laborales. Pero conviene recordarle a este reputado teórico que no se puede enunciar un teorema y pretender evitar los corolarios.
Siguiendo un guión bien conocido, Adolfo Domínguez descalificó a continuación el Estado de Bienestar y reclamó un drástico recorte en la protección social que los Estados ofrecen a sus ciudadanos. Algo especialmente necesario en España si queremos salir de la crisis, afirmó con contundencia. Pero hombre de Dios, si usted prescindiese de apriorismos ideológicos y fuese capaz de dejar emerger la realidad entre la tupida maraña de sus prejuicios, descubriría que el gasto social en España apenas alcanza el 20% del PIB mientras el promedio europeo se sitúa en el 27%, con el agravante de que el nuestro ha venido disminuyendo desde 1993, año en el que representó el 24% de la riqueza nacional.
En educación el gasto público es el de los más bajos de Europa. Las consecuencias son la baja calidad de nuestra escuela pública y el alto índice de fracaso escolar. En sanidad, con un gasto público muy alejado de la media europea, los resultados son las interminables listas de espera que amenazan con desvirtuar la eficacia clínica del sistema. Estas restricciones presupuestarias sitúan a España en los últimos lugares en número de camas por 100.000 habitantes, y en uno de los países con mayor porcentaje de SIDA, tuberculosis, venéreas y otras enfermedades infecciosas. En materia de pensiones estamos todavía muy alejados de la media de nuestro entorno y en los servicios de ayuda a la familia nos encontramos a distancias siderales de los países más avanzados de la UE, lo cual limita la incorporación de la mujer al mercado de trabajo y condiciona la revitalización demográfica del país. No parece, pues, que esto haya sido el detonante de nuestra crisis ni la explicación a nuestros actuales diferenciales económicos con los países más desarrollados.
También habría descubierto Domínguez que países como Alemania, Suecia, Holanda, Dinamarca o Finlandia, son los que salen mejor parados en todos los estudios, tanto desde el punto de vista de la eficiencia como desde el de la equidad. Estas naciones, desafiando todos los tópicos neoliberales que predica Adolfo Domínguez, venían creciendo a buen ritmo, conocían altas tasas de inversión y, sin embargo, tienen los sistemas de protección social más desarrollados del mundo. Todo ello con una baja inflación y sin déficit público apreciable hasta ahora. Son también los países mejor integrados internacionalmente y su comercio exterior representa algo más del 34% de su PIB.
Nada de esto dijo el señor Domínguez. Recordó, eso sí, la supuesta picaresca de los trabajadores, pero se olvidó casualmente de mencionar siquiera la economía sumergida y el escandaloso fraude fiscal existente en nuestro país. Simples problemas de memoria, supongo. Ahora bien, lo más preocupante en este asunto no son las excéntricas reflexiones de este improvisado predicador, sino que aquellas fuesen respaldadas y aplaudidas por el presidente de la Xunta y el de la patronal, formando así un trío que algunos ya han bautizado como el trío calaveras.
Empezó el charlatán orensano, como es preceptivo en estos tiempos, reclamando el despido libre -supongo que también gratuito- sin trabas jurídicas o administrativas, ya que de otra forma, afirmó, los empresarios emigran. Con su propuesta, Domínguez quiso dejar bien claro que cuando un trabajador cruza el umbral de la empresa queda sometido al despotismo sin brida del empresario o de sus agentes. No sé si es consciente de que sus revolucionarias teorías sólo conducen a formas de dominio neopatriarcal sobre los trabajadores, más cercanas a la vieja loi de famille del Antiguo Régimen que a un moderno sistema de relaciones laborales. Pero conviene recordarle a este reputado teórico que no se puede enunciar un teorema y pretender evitar los corolarios.
Siguiendo un guión bien conocido, Adolfo Domínguez descalificó a continuación el Estado de Bienestar y reclamó un drástico recorte en la protección social que los Estados ofrecen a sus ciudadanos. Algo especialmente necesario en España si queremos salir de la crisis, afirmó con contundencia. Pero hombre de Dios, si usted prescindiese de apriorismos ideológicos y fuese capaz de dejar emerger la realidad entre la tupida maraña de sus prejuicios, descubriría que el gasto social en España apenas alcanza el 20% del PIB mientras el promedio europeo se sitúa en el 27%, con el agravante de que el nuestro ha venido disminuyendo desde 1993, año en el que representó el 24% de la riqueza nacional.
En educación el gasto público es el de los más bajos de Europa. Las consecuencias son la baja calidad de nuestra escuela pública y el alto índice de fracaso escolar. En sanidad, con un gasto público muy alejado de la media europea, los resultados son las interminables listas de espera que amenazan con desvirtuar la eficacia clínica del sistema. Estas restricciones presupuestarias sitúan a España en los últimos lugares en número de camas por 100.000 habitantes, y en uno de los países con mayor porcentaje de SIDA, tuberculosis, venéreas y otras enfermedades infecciosas. En materia de pensiones estamos todavía muy alejados de la media de nuestro entorno y en los servicios de ayuda a la familia nos encontramos a distancias siderales de los países más avanzados de la UE, lo cual limita la incorporación de la mujer al mercado de trabajo y condiciona la revitalización demográfica del país. No parece, pues, que esto haya sido el detonante de nuestra crisis ni la explicación a nuestros actuales diferenciales económicos con los países más desarrollados.
También habría descubierto Domínguez que países como Alemania, Suecia, Holanda, Dinamarca o Finlandia, son los que salen mejor parados en todos los estudios, tanto desde el punto de vista de la eficiencia como desde el de la equidad. Estas naciones, desafiando todos los tópicos neoliberales que predica Adolfo Domínguez, venían creciendo a buen ritmo, conocían altas tasas de inversión y, sin embargo, tienen los sistemas de protección social más desarrollados del mundo. Todo ello con una baja inflación y sin déficit público apreciable hasta ahora. Son también los países mejor integrados internacionalmente y su comercio exterior representa algo más del 34% de su PIB.
Nada de esto dijo el señor Domínguez. Recordó, eso sí, la supuesta picaresca de los trabajadores, pero se olvidó casualmente de mencionar siquiera la economía sumergida y el escandaloso fraude fiscal existente en nuestro país. Simples problemas de memoria, supongo. Ahora bien, lo más preocupante en este asunto no son las excéntricas reflexiones de este improvisado predicador, sino que aquellas fuesen respaldadas y aplaudidas por el presidente de la Xunta y el de la patronal, formando así un trío que algunos ya han bautizado como el trío calaveras.
Anxo Guerreiro.
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